Presencia e incidencia de la música del siglo XX
en la programación de conciertos generales. Su relación con lo “antiguo”, lo “moderno”
y lo “contemporáneo”
Fabián Beltramino
[Publicado en Revista del Instituto de Investigación Musicológica
‘Carlos Vega’, Facultad de Artes y
Ciencias Musicales, UCA, n°30, 2016, ISSN 1515-050X, pp.85-100]
Introducción
Este trabajo es resultado parcial de un
proyecto de investigación en curso[1],
que parte a su vez de una investigación anterior[2],
en la que se llevó a cabo una descripción de la programación de conciertos de las temporadas 2010
a 2013.
A partir de dicha investigación pudo determinarse cuáles son, en el
ámbito local, los compositores y las obras más ejecutados, dato a
partir del cual se pretende establecer, en primer lugar, el perfil de lo que
podría denominarse un “código musical dominante” para, por otro lado, vincular
dicho patrón descriptivo con las “disposiciones” y “competencias” que ese
código estaría al mismo tiempo exigiendo y reforzando, al igual que con las
ideas de “capital cultural”, “interés” y “valor”, nociones propias de una
mirada sociocultural que encuentra su base en la obra de Pierre Bourdieu.
El objetivo específico, en este caso, es
describir la presencia y la incidencia del repertorio del siglo veinte en la
programación general, problematizando su relación con las nociones de “moderno”
y “contemporáneo”.
Cabe señalar que en el relevamiento se
han excluido explícitamente los ciclo “Colón Contemporáneo”, la programación
del CETC y la del TACEC del Teatro
Argentino de La Plata, en función de que el objetivo es
describir el perfil de las programaciones estándar y, como señala William
Weber, “la prueba más
contundente de la existencia de un canon y de un repertorio básicamente
conservador es la existencia de espacios de ‘nueva música’”[3],
como los mencionados.
A partir de
dicha afirmación de Weber se intentará mostrar, justamente, cuál y de qué modo
esa “nueva música” que en su momento fue cierta música del siglo veinte, vinculable
a lo “moderno” hasta la primera posguerra, y a lo “contemporáneo” después de la
segunda, hoy, con más de medio siglo de antigüedad, ha sido incorporada a los
repertorios de los principales organismos e instituciones musicales del
circuito de la música académica.
Desarrollo
Los datos sobre los que se basan tanto
la investigación en curso como este trabajo en particular surgen del
relevamiento efectuado sobre cuatro temporadas de conciertos (2010-1013), correspondientes
a organismos e instituciones seleccionados en el ámbito de la Ciudad de Buenos
Aires, la ciudad de La Plata (Teatro Argentino) y diferentes ciudades del
interior del país a partir del circuito de presentaciones de la Orquesta
Sinfónica Nacional.
El criterio para desglosar del conjunto
del repertorio el que se conceptualiza a los fines del presente trabajo como
“música del siglo XX” es cronológico, es decir, se consideran parte de este “corpus específico” las obras compuestas
o estrenadas entre 1900 y 1999.
En cada uno de los 12 repertorios
relevados aparecen obras del siglo XX, en la siguiente relación cuantitativa:
Ejecuciones de obras compuestas entre 1900 y 1999 por repertorio
relevado
|
||
TC – OFBA
|
137
|
289
|
TC - Intérpretes Argentinos
|
122
|
|
TC - Abono Bicentenario
|
27
|
|
TC - Conciertos Extraordinarios
|
3
|
|
Orquesta Sinfónica Nacional
|
251
|
|
Auditorio Biblioteca Nacional
|
181
|
|
Auditorio Facultad de Derecho
|
161
|
|
Mozarteum
|
68
|
|
Academia Bach
|
47
|
|
Teatro Argentino de La Plata
|
30
|
|
Festivales Musicales
|
16
|
|
Orquesta Académica UNLa
|
7
|
|
1050
|
Esas
1050 obras conforman el 36,5% del total de las ejecuciones del período relevado
(2785 obras), y pertenecen a 327 compositores (29% del total de los
compositores programados) nacidos en promedio en 1910 (1872 es el año de
nacimiento promedio de los compositores, en general). El año promedio de
composición de estas obras es 1942 (1878 es el año promedio de composición de
las obras de la programación considerada en su totalidad).
Ahora
bien, si uno considera el factor concentración/recurrencia encuentra que la
obra de 26 compositores (510 ejecuciones) cubre prácticamente el 50% del
repertorio ejecutado con obras del período (48,5%). El año de nacimiento
promedio de esos compositores “dominantes” se retrotrae a 1887, y el de
composición/estreno de las obras a 1934. Los compositores son (en orden de
incidencia), los siguientes:
Por otro lado, si uno considera la obra más
programada de esos compositores más programados, las 26 resultantes arrojan
como promedio de composición/estreno el año 1927, siendo las siguientes:
Obra del siglo XX más programada de cada uno de los compositores más
programados
|
||
Compositor
|
Obra
|
Año de composición/ estreno
|
Piazzola Astor
|
Adios Nonino
|
1959
|
Ginastera Alberto
|
Danza Final de la suite Estancia “Malambo"
|
1943
|
Ravel Maurice
|
Bolero
|
1928
|
Debussy Claude
|
Images (Libro I)
|
1905
|
Shostakovich Dmitri
|
Trío para piano y cuerdas nº 2 en Mi menor, Op. 67
|
1944
|
Guastavino Carlos
|
Tres Romances Argentinos
|
1953
|
Bartók Bela
|
Concierto para orquesta
|
1943
|
Rachmaninoff
Sergei
|
Sinfonía nº2 en Mim Op.27
|
1907
|
Sibelius Jean
|
Finlandia
|
1900
|
Britten Benjamin
|
Les Illuminations, para tenor y
orquesta de cuerdas, Op. 18
|
1940
|
Mahler Gustav
|
Sinfonía nº5 en Do#m
|
1902
|
Prokofiev
Sergéi
|
Suite nº2 del ballet "Romeo y Julieta" Op.64
|
1935
|
Gianneo Luis
|
Obertura
para una comedia infantil
|
1937
|
Falla Manuel de
|
El amor brujo
|
1925
|
Stravinsky Igor
|
La consagración de la primavera
|
1913
|
Villa -
Lobos Heitor
|
Bachiana Brasileira Nº 4
|
1930
|
Vaughan
Williams Ralph
|
Concierto para oboe y cuerdas en Lam
|
1944
|
Gilardi Gilardo
|
El gaucho con botas nuevas
|
1938
|
Aguirre Julián
|
Huella y gato
|
1900
|
Gershwin George
|
Rhapsody in Blue
|
1924
|
Holst
Gustav
|
Los planetas
|
1916
|
Bernstein Leonard
|
Candide “Obertura”
|
1956
|
Puccini Giaccomo
|
“E lucevan le stelle”, de la
ópera “Tosca”
|
1900
|
Enescu George
|
Rapsodia Rumana, Nº 1
|
1901
|
Moncayo
José Pablo
|
Huapango
|
1941
|
Schoenberg Arnold
|
Pierrot Lunaire
|
1912
|
1927
|
Si se reordenara en términos estéticos el listado
anterior, se comprobaría fácilmente que sólo tres de esos veintiséis
compositores se encuadran en lo que podría denominarse “modernismo” musical. El
primero de ellos aparece en el 4° lugar de incidencia, Debussy, el segundo en
el 15°, Stravinsky, y el tercero, el más asociable a eso que Adorno denominó específicamente
la “nueva música” del siglo veinte, Schöenberg, en el orden n°26, es decir,
último.
La mayor parte del resto pueden adscribirse al
“nacionalismo” (Piazzolla, Ginastera, Guastavino, Sibelius, Falla, Villa-Lobos,
Gilardi, Aguirre, Enescu, Moncayo), al “neoclasicismo” que, en muchos casos,
implica la categoría anterior (Ravel, Shostakovich, Bartok, Britten, Prokofiev,
Gianneo, Vaugham-Williams, Gerswin, Holst, Bernstein) o al “romanticismo
tardío” (Rachmaninoff, Mahler, Puccini).
Esta conjunción entre categorías estéticas y un
recorte del período cronológico en el que se presupone la importancia de la
irrupción de lo “moderno” y lo “contemporáneo”, importancia que la recurrencia
en la programación analizada vendría a desmentir o, por lo menos, a atenuar,
obliga a efectuar una consideración de dichas categorías, repensándolas
también, en términos relativos, desde el presente, con relación a lo “antiguo”.
Moderna, Contemporánea, ¿Antigua?
La querella entre los “antiguos” y los “modernos” se
remonta, como sabemos, a fines del 1600, y acontece en la Academia francesa. Se
trata de un debate entre literatos, inicialmente entre Charles Perrault y
Nicolás Boileau, continuado por muchos otros, fuera de Francia incluso, y
ampliado no sólo hacia las demás artes sino incluso hacia la ciencia de la
época en conjunción con su propio pasado.
En el caso de la música, concretamente, ya Johannes
Tinctoris, a mediados del siglo XV, sin calificarla siquiera de “antigua”,
había afirmado que toda composición anterior a su generación, es decir,
anterior a 1435, no merecía ser escuchada.
Y antes de Tinctoris, en el siglo XIV, había
acontecido el debate entre el Ars Nova
y el Ars Antiqua, que representaba no
sólo la discusión en torno a un nuevo estilo musical sino, como ha afirmado
Enrico Fubini, “una completa y absoluta revolución que cambió profundamente la
imagen de toda la cultura musical de su tiempo”[1].
Lo “antiguo” aparece, en esos y en otros tantos
debates similares, connotado de doble manera: tiene que ver, por un lado, con
todo aquello asociado o asociable a la Antigüedad clásica y, por otro, con el
pasado a secas, con lo viejo, con lo obsoleto, lo conservador.
“Moderno”, de manera correlativa, también tiene dos
sentidos: uno vinculado estrictamente al período histórico-estilístico del
“Modernismo”, y el otro, de modo genérico, a toda tendencia innovadora o
transformadora respecto de lógicas o estructuras tradicionales, que implican
una “modernización” vinculada con alguna clase de progreso.
El primero de los sentidos, aplicado específicamente
a la música, como señala Carl Dahlhaus[2],
identifica a las transformaciones del lenguaje producidas en Europa entre 1894
y 1912[3],
en el que esa “nueva música” radicaliza la innovación y divide el campo de la
música académica hasta entonces unificado.[4]
Este gesto podría pensarse en relación con lo “vanguardista”, aunque los
componentes fundamentales de “anti-institucionalidad”[5],
la organización de los artistas en “movimientos” y, por lo tanto, la
manifestación o declaración de principios a través de “manifiestos” están
prácticamente ausentes en el caso de la música, quedando por lo tanto este
terreno circunscrito a una mera aunque no menor “renovación
técnico-estilística” sin connotaciones ni pretensiones extra-musicales.
El tercer término, “contemporáneo”, es, también,
ambiguo: indica, taxativamente, una coexistencia cronológica (toda la música de
todo compositor vivo sería, así “contemporánea”), e indica también una cualidad
estética: la de continuidad y al mismo tiempo ruptura respecto de la tradición moderna.
El historiador Paul Griffits remite a la idea del “después” de lo moderno[6],
coincidiendo de este modo con la mirada también historicista que Arthur C.
Danto despliega con relación a las artes plásticas.[7]
Algo se ha cerrado y algo, todavía
difícil de definir, lo rechaza y lo salva, al mismo tiempo.
En este campo, precisamente, el de las artes
plásticas, es en el que mayor desarrollo teórico ha tenido la definición de lo
“contemporáneo”, trabajando a partir de una de sus características
fundamentales: la dilución de las fronteras, entre géneros y estilos, en primer
término, y entre las denominaciones tradicionales de las artes entre sí, como
rasgo determinante. El propio Danto habla del “fin de una dirección narrativa”,
y de la “imposibilidad del estilo”[8],
mientras que autores como Néstor García Canclini, a partir del carácter
diluido, complejizado, y transversalizado de un arte del presente, resalta el
fin de la autonomía de lo estético, que implica una directa intervención en el
arte tanto de lo económico como de lo mediático, como así también la caducidad
de los beneficios de distinción social que pudo haber tenido en otras épocas.[9]
El arte contemporáneo habría perdido su especificidad, lo que como beneficio
implica un reordenamiento de elementos, de materiales y de lógicas discursivas
que da entrada a él de elementos y lógicas anteriormente ajenos.
El arte contemporáneo, incluyendo la música, es el
arte que, al decir de Andrea Giunta “deja de evolucionar”[10].
Las corrientes, los estilos, las técnicas compositivas, ya no se suceden,
conviven, proliferan, se superponen, se contaminan, se integran y se
desintegran, consistiendo cada una de ellas, muchas veces, en una única obra,
una sola obra que será comienzo y fin de una estética.
El repertorio relevado, el del siglo veinte en
conciertos generales, no muestra, como se ha dicho, más que una presencia
restringida de algo de música “moderna” en la franja de lo más difundido. Obras
que a esta altura adscribirían abiertamente a la categoría de “música antigua”,
si la misma comenzara a aplicarse a la música compuesta más allá de treinta
años atrás, poniendo el límite en lo que equivaldría a una transición
generacional.
Lo “contemporáneo”, a su vez, si desde el presente
cronológico abrimos un rango de no más de quince años hacia atrás, comprendería
los diez últimos años del siglo veinte. En esa franja nos encontramos con apenas
46 respecto de las 2785 obras relevadas (1,6%), compuestas en promedio en 1995
por compositores que, en promedio, nacieron en 1948, lo cual habla también de
que si se tratara de una incorporación progresiva de ese repertorio a las
programaciones generales, esto estaría aconteciendo de un modo eminentemente
retardado, siendo dicha incoporación, indefectiblemente tardía:
Compositor/a
|
Año de nac.
|
Obra
|
Año de comp.
|
Arismendi Diana
|
1962
|
Cantos de Sur y Norte
|
1999
|
Balzanelli Alberto
|
1941
|
Crux Fidelis
|
1993
|
Benzecry
Esteban
|
1970
|
Obertura
Tanguera
|
1997
|
Busto Javier
|
1949
|
Axuri beltza
|
1991
|
Camargo Mariano César
|
1943
|
Cristal
|
1994
|
Cirone
Anthony
|
1941
|
Japanese
Impresions
|
1997
|
Cosentino Saúl
|
El nuevo tango
|
1998
|
|
Cosentino Saúl
|
1935
|
Concierto “Argentina” p/guitarra y orq.
|
1997
|
Cosentino
Saul
|
Suite
Atípica (para Orquesta de Cuerdas)
|
1995
|
|
Crumb George
|
1929
|
Mundus Canis
|
1998
|
Cumbo Jorge
|
1942
|
Cueca del gusanito
|
1997
|
Cumbo Jorge
|
Chacarera feliz
|
1995
|
|
Cumbo Jorge
|
Yo
|
1995
|
|
Cumbo Jorge
|
Zambita
|
1995
|
|
Di Giusto Gerardo
|
1961
|
Música Argentina para cuerdas
|
1998
|
D'Rivera Paquito
|
1948
|
Aires Tropicales
|
1994
|
Espel Guillo
|
1959
|
Quijote en la Puna
|
1995
|
Franzetti Carlos
|
1948
|
Concierto del Milenio para flauta y orquesta
|
1999
|
Gandini Gerardo
|
1936
|
Diario VI - Tres piezas para orquesta
|
1998
|
Gandolfi
Michael
|
1956
|
Vientos
y Tangos
|
1996
|
Golijov Osvaldo
|
Last Round
|
1996
|
|
Golijov Osvaldo
|
1960
|
Last round (para orquesta de cuerdas)
|
1996
|
Grau
Eduardo
|
1919
|
El
Sueño del Cid op. 234 poema para
orquesta
|
1997
|
Gullace Oscar
|
1943
|
La leyenda de la flor del ceibo
|
1993
|
Herrerías Mario
|
1956
|
Vara de fuego
|
1995
|
Hilda Herrera
|
1933
|
De tinajas, la huesuda
|
1993
|
Jarrel
Michael
|
1958
|
Cassandre
|
1994
|
Jarrel
Michael
|
Cassandre
|
1994
|
|
Jurado
de Janeiro Elida Norma
|
1950
|
Preludio
y Fuga Porteños
|
1998
|
Mäntyjärvi, Jaakko
|
1963
|
El Hambo
|
1997
|
Marconi Nestor
|
1942
|
Gris de ausencia
|
1995
|
Márquez
Arturo
|
1950
|
Danzón
nº 2
|
1994
|
Márquez
Arturo
|
Danzón
Nro. 2
|
1994
|
|
Márquez
Arturo
|
Danzón
nº 2
|
1994
|
|
Márquez
Arturo
|
Danzón Nº 2
|
1994
|
|
Menke Manfred
|
1961
|
A comer
|
1991
|
Messiaen, Olivier
|
1908
|
Concert á quatre
|
1991
|
Morais Fernando
|
1966
|
Samba
|
1997
|
Murail
Tristan
|
1947
|
La Barque mystique
|
1993
|
Murail
Tristan
|
La Barque mystique
|
1993
|
|
Reich Steve
|
1936
|
Duet, para dos violines y orquesta de cuerdas
|
1993
|
Sciarrino Salvatore
|
1947
|
L’alibi della parola
|
1994
|
Shinstine
William
|
1969
|
Rock
Trap
|
1995
|
Solare
Juan María
|
1966
|
Canción
“La Gloria de Buenos Aires” Poesía de Juan Cruz Varela
|
1996
|
Tauriello, Antonio
|
1931
|
Culebra de nubes
|
1996
|
Conclusión
Uno de los efectos de esta llegada tardía a los
repertorios generales de obras connotadas como “modernas” o “contemporáneas” en
su momento, llegada que se produciría entre medio y un siglo después, es que
ese acontecer tardío atenúa cualquier potencia crítica que esas obras pudieran
haber tenido al momento de su composición.
Los repertorios “modernos” y “contemporáneos” son
integrados a los repertorios generales más como elementos “residuales” que
“emergentes”, dicho en los términos de la teoría cultural de Raymond Williams[11],
es decir, en relación de utilidad y funcionalidad respecto de lo hegemónico.
Siguiendo en tal sentido a Omar Corrado, es posible
afirmar que “para las minorías conservadoras”, y todo el ámbito de la música
académica lo es, “la ortodoxia del canon sigue en el centro de su relación con
la música”, y esas obras canónicas, aún las compuestas en los siglos XX o XXI,
cuando finalmente se consumen, “se consumen como cualquier otra mercancía,
desactivadas en su potencial crítico y utópico”[12],
un potencial inseparable de las circunstancias y los contextos
histórico-sociales en los cuales surgieron.
Y es así, entonces, como el concierto puede dejar de
ser visto como algo en sí mismo para pasar a ser entendido como
“representación” de algo, a partir, entre otros marcos posibles, de la teoría
económico-política de la cultura de Jacques Attali. El concierto es,
concretamente, la representación de un orden. Un orden que reenvía a otro, a un
orden social, que se vincula con la reafirmación de la vigencia de unas reglas.[13]
Y es ahí donde la concentración en determinados
compositores y obras se vuelve fundamental. El concierto como representación
abstracta de un orden social, político y económico, “es” repetición,
reactualización, re-presentación de algo que necesita ser siempre lo mismo. La
novedad, si se admite, cuando se admite, entra en el circuito en tanto garantía
de un resultado idéntico en términos de construcción de sentido. Entonces el
código –ese código perceptivo al cual se busca dar una caracterización precisa
en la investigación en curso descrita al comienzo de este trabajo- no tiene que
ver sólo con los aspectos formales que puedan presentar cada una de las obras
sino con los beneficios semánticos que cada una de ellas pueda garantizar. Cada
elemento, como señala Attali, va a representar a todos los demás.[14]
Y llegamos, entonces, a la cuestión del “valor”. El
“valor” de las obras, entonces, no está en las obras sino que está establecido
de antemano por fuera de las obras, en el dispositivo, como una especie de
rango o vara que cada producto estético debe alcanzar para ser admitido,
cumplimiento que al garantizar la uniformidad de un beneficio neutraliza
cualquier diferencia formal o estética que pueda presentarse en superficie.
Paradójicamente, ese valor reintegra a los objetos
un valor supuesto, ese valor propio de la obra de arte que la estética
occidental se empeña en defender, un valor de las obras que preexistiría a la
existencia práctica de las obras, un valor “objetivo”.
El orden y la racionalidad del concierto vendrían a
reforzar la creencia en la idea de un orden y una racionalidad de la realidad
apoyándose en unos valores a priori
que cada una de las obras que componen el repertorio, cada vez casi siempre las
mismas, portan.
De este modo, el concierto aparece como un
acontecimiento ritual, mítico y mitologizante, en el que los significados
particulares que puedan tener los signos que lo componen son superados por el sentido
que adquieren con relación a un conjunto, una dimensión que entra en relación
con el orden cultural de un modo más complejo.
En este sentido, es interesante y últil el modo en
el que Pierre Bourdieu retoma la noción de valor desde la teoría semiótica de
Ferdinand de Saussure[15].
El valor lingüístico, considerado en su aspecto material, surge según Saussure de
las conexiones y diferencias entre cada uno de los términos que componen el
sistema[16],
es decir, en la ocurrencia de cada uno siempre hay un efecto de conjunto. Es
más, el “valor intrínseco” que cada signo, cada obra, pueda tener, siempre es
superado por su “posición relativa”[17],
por su relación con el todo. Y lo que se expresa, en cada acontecimiento, en
cada acontecer, no es sino “el sistema de relaciones objetivas que hace
posibles tanto la producción del discurso como su desciframiento”[18].
¿Quién se expresa, entonces, en cada concierto? El
sistema, el orden cultural, primero, el orden social, después.
Cada una de esas obras que conforman el
“repertorio”, al sonar, refuerzan un lazo social, una pertenencia, y exigen un
reconocimiento: el reconocimiento de esa pertenencia, a través de la
valoración. Consiste, entonces, el concierto, en una exhibición y al mismo
tiempo una acción de resguardo de ese tesoro común que constituye la “cultura”.
Volviendo sobre la idea del “reconocimiento” que se
activa a partir de cada obra que conforma el repertorio, es claro que en él
están implicadas una disposición y una competencia para apreciar o, como señala
Bourdieu, “para establecer o para marcar unas diferencias mediante una
operación de distinción”[19].
Captar el sentido del concierto, más allá de los significados particulares de
las obras ejecutadas, aunque las obras, sobre todo las que conforman ese
conjunto “canónico”, colaboren en su configuración, consiste en distinguir el
valor social que el acontecimiento posee, un acontecimiento constituyente,
afirmativo, re-creativo de un sentido social y de pertenencia.
Las obras, que sostienen la representación, proponen
en el acto de su reconocimiento, del reconocimiento de su legitimidad, una reactualización
tanto del orden como de la pertenencia a él por parte de cada uno de los
elementos que componen la “constelación” de lo musical, como diría Heidegger: compositores,
intérpretes, programadores, instituciones, prensa, público, estudiosos académicos,
editores, comunicadores, grabadoras, agentes, etc.
Es así como se comprueba, en este caso a través
de un análisis del funcionamiento de cierto mecanismo del campo musical
académico, cómo el mundo social se construye y se reconstruye en las prácticas,
tal como afirma Bourdieu[20],
prácticas que devienen de un esquema, de un marco, de una estructura, que si
bien es susceptible de ser modificada, es claro que a partir de una
programación que se basa en la repetición o en la introducción de novedades
“envejecidas”[21], está
muy lejos de serlo.
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[1] “Código musical dominante.
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Lanús (2015-2016). Fabián Beltramino (director)
[2] “Más de lo mismo. La
programación de conciertos de música académica. Su incidencia en la
reproducción de un oyente conservador”. Departamento de Humanidades y Artes.
Universidad Nacional de Lanús (2013-2014). Fabián Beltramino (director)
[3]
Weber, William (2011): La gran
transformación en el gusto musical. La programación de conciertos de Haydn a
Brahms, Buenos Aires: FCE
[4] Fubini, Enrico (1968): La estética musical desde la Antigüedad
hasta el siglo XX, Madrid: Alianza, Segunda edición, 2005, p.123
[5] Dalhaus, Carl (1990): La música dell’Ottocento, Fiesole:
Discanto (citado por Omar Corrado en Música
y Modernidad en Buenos Aires 1920-1940, Buenos Aires: Gourmet Musical,
2010, p.11)
[6] Estas fechas corren por mi
cuenta y tienen que ver, la primera, con el estreno del “Preludio a la siesta
de un fauno” de Claude Debussy, en acuerdo con Paul Griffiths, quien afirma que
la música moderna comienza con su solo de flauta inicial [Modern Music, Toledo: Thames and Hudson, 1986]; la segunda es la
fecha de composición de “Pierrot Lunaire”, de Arnold Schönberg, la última de
las obras de su período atonal libre.
[7] Dalhaus, Carl, op.cit.
[8] Fundamental para Peter Bürger,
según su Teoría de la Vanguardia (Barcelona:
Península, 1997)
[10] Danto, Arthur C. (1999): Después del fin del arte. El arte contemporáneo
y el linde de la historia, Barcelona: Paidós
[11] Ibídem
[12] García Canclini, Néstor (2010): La
sociedad sin relato. Antropología y estética de la inminencia, Madrid:
Katz, “Apertura. El arte fuera de sí” (pp.9-25)
[13] Giunta, Andrea
(2014): ¿Cuándo empieza el arte contemporáneo?, Buenos Aires: Fundación arteBA,
p.11
[14] Williams,
Raymond: “Teoría cultural”, en Marxismo y
literatura, Barcelona: Península, 1997 [1977], pp.93-164
[15] Corrado,
Omar: “Canon, hegemonía y experiencia estética: algunas reflexiones”, en Revista Argentina de Musicología, nº5-6
(2004-2005), Buenos Aires, pp.17-44
[16] Attali, Jacques: Ruidos. Ensayo sobre la economía política de
la música, México: Siglo XXI, 1995 [1977], p.48
[17] Ibíd., pp.88-89
[18] “… según la fórmula de Saussure,
‘arbitrario y diferencial son dos cualidades correlativas’;… cada uno de esos
rasgos significa únicamente lo que los otros no significan… sólo recibe su
completa determinación de su relación con el conjunto de los otros rasgos… en
tanto que diferencia en un sistema de
diferencias”, Bourdieu, Pierre: El sentido práctico, Buenos Aires: Siglo
XXI, 2007 [1980], p.18
[19] Saussure, Ferdinand: Curso de Lingüística General, Buenos
Aires: Losada, 24°ed., 1945 [1916], p.141
[20] Ibíd., p.142
[21] Bourdieu, Pierre, op. Cit., p.51
[22] Bourdieu, Pierre: La distinción.
Criterio y bases sociales del gusto, Buenos Aires: Taurus, 2012 [1979], p.549
[23] “los agentes son ellos mismos,
en su práctica ordinaria, los sujetos de actos de construcción del mundo
social”, Bourdieu, Pierre, ibíd.,
p.551
[24] No en el sentido en el que
Theodor Adorno anunciaba el “El envejecimiento de la Nueva Música” [Disonancias. Introducción a la sociología de
la música, Obras Completas, T.14, Madrid: Akal, 2009, pp.143-163], es
decir, por cuestiones inherentes a su lenguaje y sus materiales, sino a causa
del tratamiento que han recibido por parte del sistema cultural y la tradición
a la que pertenecen
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