martes, 28 de octubre de 2025

ONTOLOGÍA DEL PRESENTE

 "Las meninas" como herramienta para una "ontología del presente"


[Publicado en Cuestiones de Filosofía y Nación, Departamento de Humanidades y Artes, UNLa]


Introducción

El objetivo de este trabajo es caracterizar y releer en términos de “ontología del presente” el debate

que en 1966 se dio entre Michel Foucault y Jacques Lacan en torno al cuadro conocido

popularmente como “Las meninas” [1], del pintor español Diego de Velázquez, fechado en 1656.

Foucault dedica el primer capítulo de Las palabras y las cosas (1966) a intentar demostrar que la

obra pone en acto el “vacío esencial” de la representación clásica, dando cuenta tanto de la

desaparición de su fundamento, la relación de semejanza y fidelidad entre el cuadro y el mundo

exterior, como de la del sujeto de la representación.

A partir de dicha hipótesis, Lacan dedica varias clases de su Seminario 13, titulado “El objeto del

psicoanálisis” (llevadas a cabo durante mayo y junio de 1966 -a una de las cuales asiste el propio

Foucault-), a sostener una interpretación alternativa, poniendo el foco no en la noción de

“representación” sino en la de mirada.

Más allá de la descripción de los puntos centrales del histórico debate, el objetivo del trabajo es

releerlo en función de una de las recurrencias más reciente sobre los posibles sentidos del cuadro de

Velázquez. Ésta se dio en el ámbito local en el contexto de la discusión que, en torno a la dicotomía

liderazgo-conducción, surgió a partir de la postulación de Cristina Kirchner a la presidencia del

Partido Justicialista. Nora Merlin, psicoanalista y periodista de Página 12, evocando a su vez al

psicoanalista Jorge Alemán, ha retomado de la interpretación lacaniana la importancia del objeto de

mirada, de deseo, en definitiva, por sobre su representación.

[1] “La familia de Felipe IV” es el título con el que ingresa al Museo del Prado en 1819.


Desarrollo

El artista

Diego de Velázquez (1599-1660) integra, para la historia de la pintura, junto con Bartolomé Murillo

y Francisco de Zurbarán, la “escuela de Sevilla”. Estilísticamente, la obra de los tres, junto con la de

José de Ribera, conforma el capítulo español del “Barroco de las cortes católicas”, según la

clasificación de Arnold Hauser, guiado en lo fundamental por las directivas contrarreformistas del

Concilio de Trento (1545-1563), cuya consecuencia fundamental es que “la iconografía del arte

sagrado católico se fija y esquematiza”, y dicho arte “adquiere carácter oficial y pierde sus rasgos

espontáneos y subjetivos” (Hauser, 2006: 509). Velázquez, sin embargo, se dedica

fundamentalmente a temáticas seculares vinculadas con el retrato de la vida cortesana y de sus

miembros, lo cual implica, en lo fundamental, observación y vocación de fidelidad entre la

representación y lo representado, no solo en cuanto a los rostros sino también a la vestimenta, los

adornos y los ambientes en los que cada uno de los personajes es presentado. Esto no impide que,

como señala Hautecour, opere transformaciones al colocar a sus modelos “en actidudes tranquilas

como lo hicieron Holbein y los retratistas del siglo XVI… [lo cual] les deja su aire normal, pero

mediante la simple conformación del cuerpo y de la fisonomía descubre el carácter, el alma” (1966:

591).

En la obra de Velázquez se reconocen varias etapas, la primera de ellas su “época sevillana”, en la

que, siguiendo el modelo de Caravaggio, trabaja con modelos vivos, lo que da a sus cuadros de

temática religiosa la impronta de un cuadro secular. Su segunda época, denominada el “Primer

período madrileño”, abarca la obra que realiza ya como miembro de la corte del rey Felipe IV, en la

que trabaja durante seis años, entre 1623 y 1629 llevando a cabo, sobre todo, retratos de la familia

real. Velázquez abandona la corte por dos años, es por eso que la obra que produce a partir de 1631

se denomina su “Segundo período madrileño”, en el que agrega a los retratos de la familia real, los

de los miembros más pintorescos de la corte: bufones y enanos, entre otros. Y así sigue, por el resto

de su vida, hasta que después de su segundo y último viaje a Italia en 1651 recibe un ascenso en la

corte y se dedica a sus dos últimas obras: “La familia de Felipe IV” o “Las meninas”, de 1656, y

“La fábula de Aracne” o “Las hilanderas”, de 1658.

En 1659 recibe el título de Caballero de Santiago, lo que le depara, al año siguiente, un funeral

digno de cualquier miembro de la nobleza. Para acceder a dicho título, sin embargo, como afirma

Van Loon:

“no solamente Velázquez debió probar la ausencia de todo indicio de sangre musulmana o judía en sus venas, sino también que ninguno de sus antecesores había sido, a su debido tiempo, tildado de hereje… debió ofrecer las máximas garantías y seguridades al objeto de demostrar que ninguno de su familia se había manchado jamás por el ejercicio de un comercio cualquiera… y cuando hubo demostrado que jamás efectivamente vendió un cuadro, pero que siempre había trabajado por obtener un salario (como cualquier funcionario de la Corte), le fue concedido por fin título de nobleza” (1950: 404-405).


La obra

Las meninas es, en lo explícito -aunque las interpretaciones a considerar tienden a desdibujar

cualquier certeza-, la imagen de una trastienda, de un detrás de escena. Lo que hace el pintor es

exhibir un plano “girado” sobre su eje, lo que le permite introducirse a sí mismo como personaje,

por un lado, y a su obra, por otro, estableciendo la impronta de “un cuadro dentro de un cuadro”.

Hay numerosas descripciones de “lo que vemos”, como la que aparece en el catálogo de la muestra

de las obras más importanes del Museo del Prado llevada a cabo en Ginebra, Suiza, en 1939:

“Pintado en 1656. Originalmente situado alrededor de 1666 en el despacho del rey en el antiguo Palacio Real (Alcázar) de Madrid. La composición es complicada y requiere explicación: la Infanta Margarita ha entrado en el estudio de Velázquez (de pie, cerca del caballete, a la izquierda) para ver el retrato de sus padres, que se refleja en el espejo del fondo; la acompañan los enanos Mari-Barbola y Nicolasito Portosato y sus dos damas de compañía (= las Meninas), Maria-Augustina Sarmiento e Isabel de Velasco, quienes dieron nombre a este cuadro, primero llamado "la familia". Los dos personajes del fondo son Marcelle de Ulloa, vestida de monja, hablando con un "guardadamas"; en la puerta José Nieto Velázquez, "aposentador" de la reina. La cruz de Santiago, que lleva Velázquez, fue añadida más tarde, no antes de 1659; se suele suponer que fue pintada tras la muerte del artista” [2] (Álvarez de Sotomayor y Muguruza Otaño, 1939: 23-24).

Velázquez realiza, en esta obra, una acción que podría calificarse como propia del Modernismo de

tres siglos después: establece y deja en claro que no hay nada “natural” en ninguna puesta en

imagen, aun sin apartarse del realismo en cuanto al código visual propiamente dicho. Toda imagen

es “construida” y, por eso, vemos lo que el artista “nos hace ver”, como dijo Paul Klee [3]. Vemos lo

que Velázquez quiere que veamos, y no vemos lo que no quiere, que está igual de claro. Nos

muestra y al mostrarnos nos informa acerca de lo que no nos muestra. Nos priva de lo fundamental,

del retrato familiar propiamente dicho, que suponemos en proceso en la tela que observamos desde

atrás. Esto es lo que dará lugar a las interpretaciones tanto de Foucault como de Lacan. Lo sustraido

a la mirada, lo ocluido, entre lo cual está, nada más ni nada menos, que la figura del Rey.

[2] Original en francés, traducción propia.

[3] “El arte no reproduce lo visible; hace visible” (Klee, 1976: 55)


La interpretación de Foucault

El elemento clave de su lectura es el espejo del fondo, único rastro de lo que está frente a los

personajes más visibles del cuadro. Es este elemento, para Foucault, el que “hiere a la vez el espacio

representado… y a su naturaleza de representación” (1968: 18), elemento que trastoca las nociones

de “revés” y “derecho”, que las pone en conflicto. Foucault entiende que “los soberanos”, a quienes

vemos mínimamente y mal en ese pequeño espacio de un cuadro que tiene una superficie de casi

nueve metros cuadrados, “son los más descuidados”, han sido “retirados en una invisibilidad

esencial” (1968: 23). Ese reflejo, el del espejo, restituye en su mínima expresión aquello que se

supone es el centro de las miradas de todos, dentro y fuera del cuadro. Se trata, de alguna manera,

del retrato de un rey que no domina, por lo menos no en este caso. Con relación a esto, hay un

aspecto bien concreto que debe ser considerado con respecto a la figura histórica de Felipe IV: fue

un rey que, por lo menos al momento en el que Velázquez lleva a cabo su obra, no tenía una

sucesión asegurada. Su primer heredero legítimo, Baltasar Carlos de Austria, había muerto en 1646

a los 16 años. El primer varón del segundo matrimonio, Felipe Próspero de Austria, nacería al año

siguiente, en 1657, y moriría en 1661 a los 3 años. Sólo Carlos, el segundo varón de ese segundo

matrimonio, que nacería en 1661, iba a asumir como Carlos II en 1665, a su muerte, falleciendo a

los 38 años sin sucesión. Margarita, la princesa que junto con sus damas de compañía domina el

centro de la composición era, de alguna manera, al momento de realización de la obra, la carta más

poderosa que esa dinastía tenía para asegurar, mediante el matrimonio adecuado, la continuidad del

poder que estaba en riesgo [4].

La hipótesis fuerte de Foucaut es que la obra, si algo representa, es el “vacío esencial” de la

representación clásica, de la desaparición de su fundamento –la relación de semejanza- y, sobre

todo, de su sujeto. Tal vaciamiento es lo que, precisamente, permite que la representación se libere,

que “la representación [pueda] darse como pura representación” (1968: 25). Y es lo que habilita,

entre otras cosas, que, como señala García Valdez, se conjuguen “espacialidades que son

normalmente disyuntivas: el espacio del modelo excluido de facto de la composición; el espacio del

espectador excluido de jure; el espacio representado, y, finalmente, el espacio invisible de la

representación, la superficie del lienzo que ha sido pintada” (2001: 171).

Con respecto a esto, hay que considerar que la imagen barroca consiste, en lo fundamental, en una

complejización de la representación renacentista, basada en la perspectiva central como

organización geométrico/matemática de un espacio restringido. Dicha complejización, debida a las

nociones de universo y de infinito incorporadas a partir de los avances en astronomía, que obligaron

a pensar la representación de un espacio ilimitado, produjo, como señala Hauser, a partir de

Wölfflin, el pasaje de una concepción artística más estricta a otra más libre (2006: 500). La

espacialidad, así, pasa a depender del punto de vista, sustituyendo lo absoluto por lo relativo. Esto

puede explicar, en parte, el efecto de complejidad, de multiplicidad, de desborde, que produce el

cuadro de Velázquez. Lo que Hauser recupera, concretamente, de Wölfflin, con relación a la

imagen barroca es que

“se tiende cabalmente a no permitir que el cuadro nos brinde un trozo del mundo con existencia propia, sino un espectáculo que pasa y en el que cabe al espectador la dicha de participar un instante… La busca del instante transitorio es también un factor de la forma abierta en la manera de enfocar el cuadro del siglo XVII” (Wölfflin, 1997: 256).

[4] El matrimonio de María Teresa de Austria, hija de su primer matrimonio, y Luis XIV, el rey de Francia, iba a concretarse recién en 1660.

Lo que se ve parece, además de efímero, no hecho para ser visto, se asume como espiado, y de ahí

su carácter de inabarcable, infinito y, en mayor o menor medida, incompresible (Hauser, 2006:

502).

Esa crisis del sistema referencial y de la subjetividad que Foucault advierte en la obra puede

ejemplificarse a través del conjunto de miradas que provienen del interior (la del pintor, la de la

Infanta, la de una de las meninas, la del Aposentador, la de uno de los enanos) y apuntan hacia

afuera, hacia ese punto en el que tienden a coincidir, aunque no con exactitud, tres líneas de

observación: la del pintor empírico, la del espectador y, sobre todo, la del monarca, esas “tres

funciones ‘de vista’” (Foucault, 1968: 23) que el artista concentra en tanto modelo, pintor y

espectador de su propia obra.

Figuras dentro de figuras, cuadros dentro de cuadros, espacios dentro de espacios, multiplicidades

que informan de lo que aparece como contenido y, al mismo tiempo, escapa de su continente, como

el espacio del taller en el que transcurre la escena. La fuente de luz que proviene de la ventana de la

derecha da cuenta de otro espacio, de un espacio más amplio, inabarcable, exterior, que al mismo

tiempo lo excede y lo contiene. Lo mismo puede decirse de la puerta del fondo, marcada por ese

personaje que “con un pie sobre el escalón y el cuerpo por completo de perfil, el visitante ambiguo

entra y sale a la vez, en un balanceo inmóvil” (Foucault, 1968: 20). Como señala Maqueda de La

Peña, la tela misma, como espacio de representación, se ve desbordada, en su lado izquierdo, por el

bastidor, y en el derecho por el cuerpo del enano Nicolás Pertusato (2022: 112).

Por último, otro detalle que “se escapa”, que referencia un “más allá” de otra índole: el perro, puro

“ser”, puro “estando ahí”, no racional, naturaleza “bruta” (aunque aparentemente civilizada)

incrustada en un complejo racional-matemático que pretende enunciar en múltiples niveles. El perro

dormita y se aburre a pesar de ser requerido o molestado por el pie del enano.

Foucault enuncia la conclusión y revela la intención de su análisis de “Las meninas” en el capítulo

noveno de Las palabras y las cosas, titulado “El hombre y sus dobles”. Allí, explicita que el fin del

orden del pensamiento clásico (racionalista, mecanicista, el orden al que pertenecen Galileo y

Descartes), significa, ante todo, la crisis de la representación de la realidad por el lenguaje. Y la

emancipación de los lenguajes, que pasan a designarse a sí mismos. Es por eso que entiende que en

el cuadro de Velázquez “la representación está representada en cada uno de sus momentos” (1968:

299), y que “aquello… que es representado está ausente” (Ibidem). El cuadro consiste, así, en

“objeto”, en “representación pura de esta carencia esencial” (Op. cit.: 300). La imagen ya no refleja

nada de lo real, lo que nombra refiere su propio representar, da cuenta de su propio poder y de su

inevitable opacidad, de ahí la duplicidad que encarna: la del “ser del hombre” y la del “ser del

lenguaje” (Op. cit.: 329), que obligan a poner en práctica analíticas diferentes.


La interpretación de Lacan

Lacan aborda Las meninas en la segunda mitad de su Seminario 13, “El objeto del psicoanálisis”,

dictado entre diciembre de 1965 y junio de 1966. En la clase n°17, del 11/5/1966, anuncia que el

tema que va a encarar es “la función del narcisismo o del estadio del espejo” para intentar dar

cuenta del “estatuto del sujeto” (1966: 110). Comienza su exposición describiendo la condición del

“sabio”, luego da entrada a la teoría de la perspectiva de Erwin Panofsky y, finalmente, alude al

trabajo de Foucault sobre la obra de Velázquez. De Foucault reconoce que su “tipo de búsqueda no

está ciertamente muy alejado de aquel cuya carga tomo aquí en nombre de la experiencia analítica,

aunque sin tener la misma base, ni la misma inspiración” (Op. cit.: 113) [5]. Al mismo tiempo, anuncia

que su foco de atención será el cuadro visto al revés, el bastidor, el cuadro que está en la tela, la

obra sobre la que el pintor, que también está en la tela, trabaja, un aspecto que, entiende, Foucault

“eludió”. Desde su punto de vista, ese es “el punto alrededor del cual importa hacer girar todo el

valor, toda la función de este cuadro” que, sostiene, “es, efectivamente, una especie de carta dada

vuelta” (Ibidem). Es esta cuestión la que le va a permitir “introducir el sesgo del deseo en el corazón

mismo de la función de saber”, que había planteado como el tópico de su mayor interés (Op. cit.:

111). La pregunta de si el sujeto sabe o no algo remite, por supuesto, a la duda cartesiana, aunque

Lacan va a trabajarla a partir de la relación visual del hombre con el mundo, a su “pulsión

escópica”, en particular a partir de su relación con el arte y la pintura. Es por eso que considera

fundamental, de la teoría de la perspectiva, la noción de “proyección”. Es decir, no le interesa la

dimensión geométrico/estructural de la perspectiva sino lo que ocurre “desde el punto de vista de la

estructura del sujeto, en tanto que el sujeto es el sujeto de la mirada, que es el sujeto de un mundo

visto” (Op. cit.: 112). Es por eso que entiende que sólo el cuadro dado vuelta consiste en la

“representación” de algo real. Todo lo demás no es representación en ningún sentido, sino un

conjunto de personajes que “están en representación”, es decir, que “están ahí, efectivamente, en la

realidad, aunque muertos desde hace mucho tiempo” (Op. cit.: 114).

[5]Como sugiere Aaron Schuster, podría pensarse que Foucault y Lacan, en tanto representantes de la filosofía y elpsicoanálisis, actúan, frente a la obra de Velázquez, como “aliados en un proyecto conjunto para pensar un sujeto descentrado que ya no es dueño de su propia casa” (2015: 1) [traducción propia].

Lacan rechaza, una tras otra, las hipótesis más comunes acerca de qué es lo que Velázquez está

pintando en esa tela cuyo frente nos es negado. Y en ese proceso, en el que identifica el común

interés que con Foucault tienen por la relación “de las palabras y de las cosas” (Op. cit.: 121), va a

parar a la noción de “signo” que, sin embargo, utiliza para atacar la interpretación foucaultiana del

cuadro como “representación del mundo de las representaciones” (Ibidem), proponiendo en su lugar

la de “representante de la representación” (Op. cit.: 122) que implica, sobre todo, destacar “el valor

del significante” (Ibidem). Así, lo que está dado vuelta consiste en la “ilusión” de una

representación; consiste, concretamente, en una “pantalla” que “no es solamente lo que oculta lo

real… al mismo tiempo lo indica” (Ibidem), explicitándo de ese modo su dimensión semiótica. El

carácter sígnico de la tela dada vuelta da cuenta no de una presencia sino de una ausencia

fundamental, lo que la convierte en “la única representación que está en el cuadro”, representación

que “satura de alguna manera el cuadro en tanto que realidad” (Op. cit.: 124). Lo que representa, en

definitiva, para Lacan, esa imagen dada vuelta no es otra cosa que lo que Luis Buñuel denominará,

años más tarde, “ese obscuro objeto del deseo” [6]. En tal sentido, afirma, “el cuadro es una trampa de

mirada, que trata de atrapar al que está ahí delante” para hacerlo “entrar en el cuadro” (Op. cit.:

125). Lo que atrae al observador, en definitiva, no es lo que está sino lo que no está en la imagen o,

mejor dicho, lo que dispara el deseo de mirar es el intervalo entre ambos planos.

La hipótesis lacaniana, formulada en lo que él mismo denomina “lenguaje lacaniano” es: “tú no ves

donde yo te miro” (Ibidem), e intenta explicitar un cruce, un encuentro de miradas que no se

produce.

[6] Cet obscur objet du désir [Ese obscuro objeto del deseo] (1977), última película de Luis Buñuel (1900-1983), protagonizada por Fernando Rey y dos actrices, Ángela Molina y Carole Bouquet, que encarnan un mismo papel, el de esa mujer deseada que todo el tiempo es y deja de ser lo que parece.

El análisis deriva, al final del recorrido, hacia ese otro punto neurálgico desde el que revisará la

lectura de Foucault: el espejo, “este espejo que está en el fondo y donde se ha querido ver, de

alguna manera y como ligeramente de paso, la astucia que consistiría en representar ahí aquellos

que estarían ahí delante como modelo, a saber, la pareja real” (Op. cit.: 126). Lo que intenta, en

concreto, es diferenciar las relaciones que el espejo dentro del cuadro, y el cuadro mismo, cada uno

con su propio marco, establecen con el sujeto. Lo que pone en relación diferencial son las dos

perspectivas puestas en juego: la del mundo del sujeto observador y la del mundo interno de la obra.

Un marco dentro de otro marco, “el cuadro no es sino el representante de la representación. Es el

representante de lo que es la representación en el espejo”, afirma (Op. cit.: 127). Por lo tanto, insiste

en lo ya dicho: “el cuadro… no es representación” en tanto representación de un mundo para ese

“sujeto transparente a sí mismo de la concepción clásica” (Ibidem). Para ejemplificar nuevamente el

concepto de “representante de la representación”, para insistir con que “los personajes que están ahí

no se representan nada”, pone, esta vez, como máximo exponente de esto, al perro:

No más que él ninguna de las otras figuras hace otra cosa que estar en representación,

figuras de corte que miman una escena ideal donde cada uno está en su función de estar en

representación sabiéndolo apenas, aunque ahí resida la ambigüedad que nos permite

observar que, como se ve sobre la escena cuando se entrena un animal, el perro también es

siempre, también, muy buen comediante (Ibidem).

El concepto de “representante de la representación” intenta establecer, también, que Velázquez

ficcionaliza su accionar, es decir, lo falsea al presentarlo como supuestamente verdadero. Como

afirma Lutereau, “la pintura no es representación. En todo caso, el cuadro es la parodia de la

representación” (2012: 448). Lacan, incluso, niega a la imagen del pintor dentro del cuadro el

carácter de “autorretrato” y la identifica con el concepto de “trampa de miradas” ya explicado

(Lacan, Op. cit.: 128).

Vuelve, entonces, sobre la importancia del espejo y lo que se ve en su superficie, para afirmar que

“[es] este Otro completamente del pienso cartesiano… del Otro en tanto que es necesario que este

ahí, para soportar lo que no tiene necesidad de él para ser soportado, a saber, la verdad que está ahí,

en el cuadro” (Op.cit.: 130). Esa mirada que sostiene, afirma, a pesar de la muerte de Dios

anunciada por Nietzsche, es una mirada divina, y entonces resuena lo que había afirmado antes, que

la “presencia de la pareja real [juega] exactamente el mismo papel de Dios de Descartes, a saber,

que en todo lo que vemos nada engaña” (Op. cit.: 116). Esta interpretación hablaría de una obra

que, al contrario de lo que se desprendía del análisis de Foucault, empodera la figura del monarca a

niveles insospechados, aunque no en su particularidad, dado que trataría de “la función del Rey…

no del Rey mismo”, que hace de él ese “objeto central” (Op. cit.: 130). En este sentido, las

relaciones semánticas que pueden establecerse entre “real” y “realeza” son complejas, como señala,

por ejemplo, Van Loon [7].

[7] “Todo muy ‘real’, como convenía a un hombre que recibía casi a diario una visita de su ‘real’ señor en su estudio del palacio ‘real’ y que (según la tradición) había enseñado a su regio amo bastante pintura para que la ‘real’ mano emborronase la cruz de la Orden de Santiago en el ‘real’ autorretrato que Velázquez había incluído en su cuadro de la joven hija de Felipe, la infanta Margarita” (Van Loon, 1950: 405)

En concreto, la diferencia entre su interpretación y la de Foucault la explicita Lacan en la clase en la

que el propio Michel Foucault está presente. En ella, luego de celebrar su presencia, y de aludir a su

interpretación a lo largo de toda la exposición, afirma que “donde usted mantiene la distinción del

cogito y de lo impensado, para nosotros no hay impensado. La novedad para el psicoanálisis es que

ahí donde usted designa… lo impensado en su relación al cogito, ahí donde hay este impensado, eso

piensa… es en esto que el psicoanálisis resulta poner en cuestión radicalmente todo lo que es

ciencias humanas” (123). Esto, según Schuster, consiste en el cuestionamiento, por parte de Lacan,

del historicismo de base del método arqueológico propuesto por Foucault, que “constituiría en sí

mismo una estructura invariante, de modo que uno tendría que postular un a priori “a-histórico” o

“transhistórico” del a priori histórico, o la condición trascendental de la variabilidad histórica de lo

trascendental” (2015: 15).

En el mismo sentido, para Lacan, el cuadro de Velázquez pone en evidencia el dispositivo pictórico,

otro rasgo de avanzada, propio del Modernismo de fines del siglo XIX y de las Vanguardias de

comienzos del siglo XX: el engaño, la apariencia, son presentados crudamente, por eso la intención

de mostrar la “trastienda”. Lo más importante es que eso que es aparentemente evidente, es

evidentemente aparente. Lo que se supone que el cuadro nos muestra, la “verdad” detrás de la

apariencia, es una “apariencia verdadera”, de ahí la asociación que Lacan establece con el

mecanismo de la fantasía.


“Las meninas” como herramienta para una “ontología del presente”

Foucault propone, en “¿Qué es la Ilustración?”, asumir una “ontología histórico/crítica de nosotros

mismos” como actitud, como ethos orientado a obtener una experiencia teórica y práctica de

nuestros límites y de su posible transgresión. Se trata, en concreto, de poner en práctica una crítica

“genealógica en su finalidad y arqueológica en su método” (2006: 91). A partir de ese desafío, se

intentará, en lo que sigue, recuperar los análisis de “Las meninas” de Velázquez considerados

conjugándolos con la actualización de sus posibles sentidos en el presente, en la coyuntura política

práctica del aquí y ahora.

Nora Merlin, psicoanalista, cientista política y periodista de Página 12, publicó en ese medio, en

noviembre del año pasado, una nota titulada “Liderazgo y conducción”, cuya volanta rezaba

“Cristina Kirchner, de ‘líder natural’ a la conducción institucionalizada”. Lo notable era que un

tercio de la página en la que se desplegaba la nota lo ocupaba una reproducción a color de “Las

meninas”.

Merlin plantea, al inicio de su nota, la necesidad de una salida colectiva y política, por lo tanto

organizada, de la situación de violencia y sufrimiento establecida por el gobierno de Milei,

poniendo como ejemplo de dicha acción la iniciativa del Partido Justicialista de ofrecer a Cristina

Kirchner la posibilidad de pasar “de ‘líder natural’ del movimiento… al ejercicio de una conducción

institucionalizada” (Merlin, 2024:37). Esto le permite abordar la distinción, en términos de

oposición, entre “liderazgo” y “conducción”, que desarrolla a partir de otras dos notas del también

psicoanalista y periodista Jorge Alemán aparecidas en la publicación digital La tecl@ eñe. Alemán

define al líder como aquel “que garantiza de un modo siempre inestable la cohesión de la

estructura” y lo caracteriza como “carismático, brillante en sus intervenciones y determinante en su

presencia mediática” (Alemán, 2019). La conducción, en cambio, “es una acción simbólica que…

debe ser construida políticamente… componerse con la articulación de los distintos actores en

juego… [articular] sensibilidades políticas heterogéneas entre sí… conjugar lo múltiple con lo uno

y viceversa” (Alemán, 2024). Merlin agrega a las definiciones de Alemán que el líder “ocupa el

lugar del Ideal” lo cual “facilita identificaciones” y que la conducción “es una función encarnada en

una persona… que hace semblante de causa de la construcción política, que es una posición

contraria a la de ‘ser’ la causa de la construcción” (Merlin, Ibidem). Y es con relación a esto último

que retoma el análisis que Lacan efectúa de “Las meninas”, sobre todo a partir de la importancia

que otorga a ese “objeto irrepresentable e invisible, pero que sin embargo causa la escena”. Alude

aquí a la importancia atribuida por Lacan a la mirada deseante de su objeto.

Merlin homologa, en su análisis, la posición del pintor a la de la conducción, basándose en su

ser/estar dividido entre el adentro –en el que tiene el poder de ser él solo quien sabe lo que está

pintando- y el afuera de la composición –esa mirada que “sostiene y causa el cuadro” (Ibidem)-. Ese

conductor dividido, además, “se ofrece a la representación” para, aun no siendo su causa, afirma,

ser objeto de identificaciones. Esta cualidad, sin embargo, Alemán la atribuía al líder, no al

conductor. Y he aquí el problema de la homologación que Merlin establece. Lo que hace, quizás

cayendo sin querer en la “trampa de miradas” que la figura de Cristina Kirchner como cuadro

complejo signfica para ella, es no sólo no poder distinguir sino no advertir del peligro de la

unificación de semejantes roles. Como afirma el mismo Alemán en párrafos que Merlin no cita,

“líder y conductor son figuras siempre a distinguir… el líder puede quedar capturado en su espejo”,

la conducción “no debe superponerse con el liderazgo”, y “aunque líder y conductor coincidan en el

mismo sujeto, el conductor mantiene una relación de exterioridad con el liderazgo” (Alemán, 2019).

Esto significa, volviendo al cuadro de Velázquez, que el pintor dentro del cuadro –en tanto líderpuede

reservarse el derecho a no dar una respuesta a la pregunta acerca de lo que está pintando o

puede ser ambiguo, porque su función es sostener un interés, una ilusión, en definitiva un deseo. El

conductor, en cambio, tiene que dar respuestas y operar siempre en la coyuntura, en el aquí y ahora.

Ese sería el rol de Velázquez en tanto autor empírico de su propia obra, el que, en definitiva,

distribuye los elementos en esa escena concreta. Lo que evidencia desde este punto de vista la obra

de Velázquez es, justamente, el poder que el pintor ostentaba al final de su carrera. No cualquiera

pudo haber hecho lo que él hizo, y esto mucho más allá de lo que hace al dominio técnico. Se trata,

literalmente, de “poder”, de estar “habilitado para”, de ocupar el lugar de quien “puede”. Esto habla

de un Velázquez maduro mucho más cercano al noble en el que estaba a punto de convertirse que al

pintor de corte que había sido durante la mayor parte de su vida, y pone en valor, más allá de las

complejidades de las lecturas filosófica y psicoanalítica consideradas, las posibles lecturas políticas

del cuadro.


Conclusiones

En primer lugar, con relación a la obra, es claro que se trata de una composición de avanzada, de

“vanguardia” en el sentido literal del término. Recordemos que Velázquez produce en un contexto

pre-moderno, pre-burgués, pre-capitalista, atado a la lógica del mecenazgo y del servilismo de corte

feudal propia de una época ya casi superada, en un contexto, además, ultraconservador, en el

bastión de la cristiandad amenazada no sólo por las corrientes reformistas sino por el pensamiento

secular que se viene gestando desde la propia Edad Media. Velázquez pinta “Las meninas” en 1656,

con lo que significa -a partir de lo afirmado tanto por Foucault como por Lacan-, en cuanto a puesta

en crisis del sujeto cartesiano, a menos de veinte años de la publicación del Discurso del Método

(1637) y a quince de las Meditaciones Metafísicas (1641). Es decir viene, con esta obra, a clausurar

o, por lo menos, a poner en crisis, lo que prácticamente acababa de ser sancionado, anticipando en

más de un siglo la episteme moderna que será establecida por Kant en su Crítica de la Razón Pura

(1781).

Con relación a la relevancia que la reinterpretación del cuadro adquiere en la coyuntura política del

presente, es posible advertir aspectos materiales bien concretos que hablan de lo positivo y de lo

negativo que puede resultar que Cristina Kirchner aúne los roles de líder y conductora del, si se

quiere, principal movimiento de oposición al gobierno en ejercicio.

Asumiendo desde Foucault que si hay algo que caractariza la episteme moderna, en tanto orden y

clasificación de lo visible y lo decible, es la distancia entre las palabras y las cosas (entre los objetos

a representar y sus representaciones), cuya relación ha dejado de ser evidente, toda representación

necesita construir y poner en evidencia el código que regula la relación entre ambos términos. Todo

lenguaje pasa a ser, así, lenguaje cifrado, y toda lectura, decodificación. El conductor, entonces,

siguiendo la distinción que efectúa Alemán, tiene la potestad y el deber de definir las

correspondencias, las referencialidades, los significados asociados a cada materialidad. Uno de los

tópicos del debate actual en torno al rol de Cristina Kirchner pasa por su relación con otro

posicionamiento, el de quien quizás sea el dirigente más apto para, eventualmente, sucederla: el

gobernador Axel Kicillof. Concretamente, aunque en el plano de la metáfora, con Máximo Kirchner

como mediador interesado, la discusión se ha planteado en torno a si seguir cantando “una que

sepamos todos” o “componer una nueva canción” [8]. Desde el punto de vista foucaltiano, todas las

canciones son nuevas todo el tiempo porque, justamente, la lucha es por los significantes, por lo que

se les hace decir a las palabras en cada situación particular, lo cual conlleva un acto de apropiación,

de toma de posesión. El conductor es, entonces, quien debe llevar a cabo dicha tarea en función de

los consensos y las oposiciones coyunturales que intente establecer.

Desde el punto de vista lacaniano, por su parte, lo importante es la generación de deseo, lo que

implica que la relación se establece en otro plano, en el cual quedan relativizadas aún más las

palabras mismas, pudiendo incluso no estar o estar parcialmente vedadas u ocluidas, como en el

cuadro de Velázquez. Lo que el líder debe llevar a cabo, volviendo a la distinción de Alemán, es un

trabajo de índole ideal, fantástico, hasta metafísico. Su relación con el lector/observador (con el

militante o el posible votante, en el caso que se analiza) se juega en un plano que no obliga a

“ensuciarse las manos”. Y en esto radica el problema y la imposibilidad, quizás, que Alemán

advierte en el pretender unificar ambas figuras en una misma persona. Un rol, el del conductor, que

es pragmático, político en el sentido más llano, atentaría contra el otro, el del líder, que debe

generar adhesiones sin reparos, vinculadas con la representación de un ideal o la vehiculización de

una operación de sublimación en torno a una fantasía.

[8] Kicillof planteó dicha dicotomía al hablar en un acto de apoyo a la candidatura presidencial de Sergio Massa enseptiembre de 2023.


Bibliografía citada

Alemán, Jorge (2019): “Liderazgo y conducción”, en La tecl@ Eñe, https://lateclaenerevista.com/liderazgo-yconduccion-por-jorge-aleman/

------------------- (2024): “La conducción”, en La tecl@ Eñe, https://lateclaenerevista.com/la-conduccion-por-jorgealeman/

Álvarez de Sotomayor, F. y Muguruza Otaño, P. (1939): Les chefs-d’ouvre du Musée du Prado, Ginebra: Holbein-Bale

Foucault, Michel (1968): Las palabras y las cosas, México: Siglo XXI

-------------------- (2006): “¿Qué es la Ilustración?”, en Sobre la Ilustración, Madrid: Tecnos, pp.71-97

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Hauser, Arnold (2006): Historia Social de la Literatura y el Arte 1, Buenos Aires: Debate, Cap. VII: El barroco, pp.497-552

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Klee, Paul (1976): Teoría del Arte Moderno, Buenos Aires: Caldén

Lacan, Jacques (1966): Seminario 13: El objeto del psicoanálisis (mimeo), 150 pgs.

Lutereau, Luciano (2012): “El objeto a como mirada: La cuestión de la representación. La lectura lacaniana de Las meninas en el Seminario 13”, en IV Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XIX Jornadas de Investigación VIII Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR, Facultad de Psicología – UBA, pp.446-449

Maqueda de La Peña, Ana (2022): “Foucault y la cuestión del espacio en Las meninas”, en Dorsal. Revista de estudios foucaultianos, n°13, diciembre, pp.107-122

Merlin, Nora (2024): “Liderazgo y conducción”, Página 12, 14/11/2024, p.37

Schuster, Aaron (2015): “The Lacan-Foucault Relation: Las Meninas, Sexuality, and the Unconscious”, Lecture at the “Lacan Contra Foucault” conference, American University of Beirut, December 4 (mimeo)

Van Loon, H. W. (1950): Las Artes, Barcelona: Luis Miracle

Wölfflin, Heinrich (1997): Conceptos fundamentales de la historia del arte, Madrid: Espasa Calpe, Colección Austral, Cap.III “Forma cerrada y forma abierta (tectónica y atectónica)”, pp.253-311

viernes, 7 de febrero de 2025

ARGUMENTACIÓN EN DISCURSOS SOBRE MÚSICA

 Herramientas para el análisis de la dimensión argumentativa en discursos sobre música

[Ponencia presentada en el VI CONGRESO INTERNACIONAL DE EPISTEMOLOGÍA Y METODOLOGÍA, Departamento de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Lanús, 30 y 31 de mayo de 2023; publicada en Investigación en Humanidades y Artes. Nuevas epistemologías frente a desafíos actuales, Cristina Ambrosini-Martín Cieri-Cecilia Pourrieux (editores), Remedios de Escalada: UNLa, 2024, ISBN 978-987-8926-66-7, pp.16-23]

Resumen

Asumiendo que la dimensión argumentativa de cualquier género discursivo puede ser abordada en, por lo menos, dos niveles: el primero vinculado con el proceso argumentativo en tanto procedimiento racional, y el segundo orientado a poner en evidencia la potencia argumentativa de determinadas palabras que, en sí mismas, cargan con una valoración o denotan un determinado punto de vista, en este trabajo se presentarán los modelos de SthephenToulmin, por un lado, y de Jean-Claude Anscombre y OswaldDucrot, por otro, como herramientas susceptibles de ser aplicadas a discursos de crítica musical aparecidos en la prensa diaria.

Introducción

La dimensión argumentativa de cualquier género discursivo puede ser abordada en, por lo menos, dos niveles: el primero, vinculado con el proceso argumentativo en tanto procedimiento racional, cuyo objetivo es incidir sobre las opiniones, creencias y valoraciones del interlocutor; el segundo, orientado a poner en evidencia la potencia argumentativa de determinadas palabras que, en sí mismas, cargan con una valoración o denotan un determinado punto de vista, una cosmovisión, una toma de posición pragmática a partir de dicha elección semántica.

Para el análisis del primer nivel, el de los mecanismos argumentativos, voy a presentar el modelo propuesto por Stephen Toulmin, cuyo objetivo es dar cuenta del procedimiento racional orientado a argumentar en favor de algo. 

Para el análisis del segundo nivel, por su parte, voy a efectuar lo que se conoce como “descripción léxica” a partir de la “Teoría de los Bloques Semánticos”, de Marion Carel, que consiste en el desarrollo de ciertos principios de la “Teoría de la Argumentación en la Lengua” de Jean-Claude Anscombre y OswaldDucrot. Este modelo apuntaa señalar las orientaciones argumentativas y, por lo tanto, pragmáticas, inscritas al interior de determinadas palabras, es decir, en su semántica profunda.

El objetivo de este trabajo es presentar ambos modelos de análisis como herramientas susceptibles de ser utilizadas sobre textos de diversa índole. Los ejemplos, sin embargo, provienen del corpus de mi tesis de Maestría en Análisis del Discurso, conformado por textos de crítica musical aparecidos en diarios (Beltramino, 2005).

Para el análisis del procedimiento argumentativo voy a enfocar enunciados que poseen carácter conclusivo.Para el de la descripción léxica, voy a tomar como caso ciertos adjetivos recurrentes en las valoraciones efectuadas.

El trabajo sobre ambos niveles me permitirá demostrar que ya sea en la superficie lógica de los razonamientos propuestos o a través de la elección de determinados adjetivos a la hora de efectuar descripciones, la crítica musical apunta a imponer en el destinatario una determinada valoración del acontecimiento musical que constituye su objeto.

 

Mecanismos argumentativos

Stephen Toulmin (1958), asumiendo que se trata de un procedimiento racional, se propone caracterizar los mecanismos y las categorías mediante los cuales puede argumentarse en favor de algo.

De esa caracterización surge un modelo de análisis que resulta ventajoso y productivo al menos en dos aspectos.El primero tiene que ver con el reconocimiento de la importancia de la pertenencia de un discurso a un determinado “campo argumentativo” a la hora de identificar variaciones posibles. La segunda ventaja radica en la economía de elementos propuestos para configurar lo que se denomina un “esquema formal racional básico” y caracterizar, a través de éste, el procedimiento argumentativo de undiscurso. 

Los elementos que funcionan como herramientas de análisis son seis. En primer lugar, el Soporte, queestablece un fundamento respecto del marco teórico que se entiende está sirviendo de referencia al razonamiento y se vincula con la noción de “campo argumentativo”, relativa al ámbito particular, al contexto efectivo en el que cada razonamiento se produce, queremite a un repertorio propio tanto de restricciones como de posibilidades. Esto significa que la validez de los razonamientos argumentativos se limita a su contexto de acción, en este caso el de la crítica de arte.

La Garantía, fundamento o “ley de paso”, por su parte, es el principio general que permite pasar, justamente, del dato a la conclusión. Es, sin duda, el elemento central del modelo.

El tercer elemento, el Dato, es aquel que justifica el enunciado conclusivo a partir de la garantía propuesta.

En cuanto al Modalizador, indica con qué grado de fuerza se efectúa el pasaje del dato alaconclusión. Funciona como limitante de la habilitación permitida por la garantía para efectuar dicho pasaje. Por lo general, se concreta en un adverbio del tipo “generalmente”, “eventualmente”, “posiblemente”, etc.

La Conclusión, vemos, entonces, se ve limitada tanto por la modalización, que la antecede, como por el último elemento del esquema, la Reserva o Restricción,que contempla potenciales refutaciones y se vincula de manera directa con el modalizador en cuestión.

Cabe señalar, sin embargo, que en la mayoría de los casos analizados la modalización opera en el orden de lo evidente, lo cual restringe al máximo la posibilidad de duda o contra-argumentación alguna.

 

Esquema argumentativo

A continuación, y con el objetivo de mostrar el funcionamiento del modelo de análisis,presento el esquema argumentativo que se deduce del principal enunciado conclusivo detectado en apenas un par de los textos abordados.

El primero de ellos proviene de unartículo del crítico Pompeyo Camps (1924-1997), aparecido en el diario Clarín el 13/10/1985, con motivo del concierto del Quinteto de cuerdas Rego. Se alude allí al primer número de la obra “Tres escenas al aire libre”, de 1911, titulado Hallowe’en, del compositor norteamericano Charles Ives (1874-1954).

El texto dice:

“Se trata de una directa politonalidad –para cada uno de los instrumentos de cuerda, una escala diferente-, diseños por movimiento contrario, acentos desplazados. Vale decir, todo a contrapelo, pero con una rotunda coherencia.”

 

El análisis permite, en este caso, demostrar que detrás del elogio de cierre radica la reafirmación de un principio de “sentido común”.

El Soporte, es decir, el área de saber o competencia en la que la garantía del razonamiento va a apoyarse es, en este caso, la estética musical, dado que de lo que se trata es de un juicio de dicha índole con relación a la obra y no a la interpretación. La Garantía, a su vez, consiste en sostener que lo esperable o lo normal es que una obra sea monotonal, que predominen en ella los movimientos directos y que los acentos ocurran en los lugares previstos. El Dato en el que se basa el razonamiento es la característicapolitonal de la obra, sumada a sus  diseños melódicos por movimiento contrario y sus acentos rítmicos desplazados. Ese Dato, basado en la Garantía mencionada modaliza en un “evidentemente” que permite concluir, entonces, que “En Hallowe’en de Ives todo está a contrapelo”, manteniendo en Reserva que eso es así a menos que se considere como dentro de lo normal el posible intento por parte de Ivesde recrear la multiplicidad sonora de una Noche de Brujas, cosa que niega el “pero” final que precede al elogio que alude a la “rotunda coherencia” de la obra.

Lo que pone en evidencia la estructura de la argumentación, en este caso, es que el crítico se enfrenta a una obra afiliada al modernismo del siglo veinte con presupuestos estético-musicales tradicionales, lo cual da cuenta, en definitiva, de un desencuentro que, insisto, trasciende el elogio de cierre.

Soporte

Garantía

Dato

Modalizador

Conclusión

Reserva

Estética musical tradicional

Lo esperable o lo normal es que una obra sea monotonal, que predominen en ella los movimientos directos y que los acentos ocurran en los lugares esperados

Poli-tonalidad (para cada instrumento una escala diferente), diseños por movimiento contrario y acentos desplazados

Evidentemente (implícito)

En Hallowe’en de Ives todo está a contrapelo

A menos que se considere como normal el intento de recrear la multiplicidad sonora de una Noche de Brujas por parte de Ives

 

El segundo enunciado que voy a abordar se caracteriza, como notable excepción dentro del corpus, por modalizar a partir dela probabilidad en lugar dela evidencia.

Se trata de la crítica, firmada por Martín Müller(1926) y aparecida en el diario La Nación el 14/11/1985, de una versión de El caballero de la rosa, de Richard Strauss (1864-1949), obra también de 1911, aunque no vinculada al modernismo musical sino a un giro hasta podría decirse “neo-clasicista” dentro de la obra del compositor post-romántico.

 

El enunciado es el siguiente:

“Para quien no ame a priori esta magistral partitura puede ocurrir, tras los primeros setenta minutos que dura el primer acto, que salga como por debajo de una aplanadora, con ganas de ir a cenar o a dormir.”

 

Aquí el Soporte, en lo que hace al marco teórico o la disciplina en la que se inscribe el razonamiento, se desplaza del campo de la estética al de la sociología de la música,dado que por detrás del “amor” al que se alude, la referencia apunta en realidad al conocimiento previo o no que se tenga de la obra, ya que sólo un oyente no advertido, no familiarizado, un oyente “novel” puede verse sorprendido por la larga duración del primer acto. La Garantía, consiste, precisamente, en que la tolerancia a la duración de la representación se basa en un gusto previo por la obra. El Dato, los setenta minutos que, se describe, dura el primer acto, modaliza, entonces, en un “probable” rechazo por parte de ese oyente no inciado, que se traduzca en su deseo por abandonar la representación para hacer otra cosa (comer o dormir), a menos que se considere la Reserva, esto es,  presumir un espectador que se atreva a verse sorprendido por las cualidades de una obra (la duración, entre ellas) que no conoce previamente.

Es decir, lo que revela el razonamiento es un prejuicio arraigado en la distinción entre un público concebido como “competente” y otro que se presume “probablemente” abrumado o aplastado por la duración, en este caso, debido, según la construcción discursiva, además, no a una carencia de competencias, lo que generaría empatía o compasión social, digamos, sino a su falta de “amor” por la obra, lo que impide, por lo tanto, tenerle piedad, dado que se trata de alguien que, además, es construido como dominado por deseos más bien mundanos.

 

Soporte

Garantía

Dato

Modalizador

Conclusión

Reserva

Sociología de la música

La tolerancia de la representación se basa en un conocimiento y en un gusto previo del repertorio

El primer acto dura 70 minutos

Probablemente (explícito)

Quien no ame a priori la obra quiera irse después del primer acto

A menos que se conciba que el espectador quiere ser seducido o sorprendido por una obra que no conoce previamente

 

Cabe señalar que en este tipo de análisis no es la validez de los razonamientos lo que se intenta evaluar sino la perspectiva que la crítica intenta imponer en el destinatario a través de los argumentos a los que recurre.

  

Semántica argumentativa

Pasando a la descripción léxica de determinados adjetivos vinculados a la dimensión descriptiva de la crítica, cabe señalar, en primer lugar, que se trata, en todos los casos, de adjetivos que denotan una carga valorativa particularmente alta, es decir, de términos que apuntan a dar cuenta de la presencia en grado extremo de una determinada cualidad. Los adjetivos en cuestión son: excelente, brillante, notable, extraordinario, excepcional y formidable, y son analizados en conjunto, considerándolos mutuamente sinónimos y vinculándolos con la construcción que la crítica efectúa de la performance musical como una suerte de “superación de obstáculos o dificultades”.

En términos gramaticales, como señalé, se trata de adjetivos que denotan “el grado máximo de una propiedad de acuerdo con la evaluación del hablante” (Di Tullio, 1998). Esto significa que más allá de su posición –antepuesta o pospuesta al sustantivo que modifican–, poseen siempre carácter “evaluativo”, es decir, siempre expresan la valoración subjetiva del hablante respecto de la propiedad en cuestión (García Negroni, 2000). Se trata de términos que califican de manera grandilocuente y ampulosa.

En lo que hace a la descripción léxica que propongo, como ya señalé también, se enmarcaen la Teoría de los Bloques Semánticos (TBS) de Marion Carel basada,a su vez, en la Teoría de la Argumentación en la Lengua (TADL) de Jean-Claude Anscombre y OswaldDucrot.

La intención de este paradigma es señalar las orientaciones argumentativa y pragmática inscritas en la semántica profunda de los adjetivos que se consideran, tomando en cuenta el lugar relevante que ocupan en los textos objeto de análisis.


La Teoría de los Bloques Semánticos

Para la Teoría de los Bloques Semánticos, en tanto parte de la Teoría de la Argumentación en la Lengua, la significación consiste en el conjunto de discursos, de encadenamientos discursivos, de “argumentaciones” que se siguen de una entidad lingüística.Esto significa que el sentido de una palabra está conformado por un encadenamiento argumentativo, que puede tener tanto un aspecto “normativo” (X por lo tanto Y) como “transgresor” (X sin embargo Y).

Un aspecto central de la teoría es que la argumentación no se funda sobre ninguna clase de descripción preliminar, referencia al mundo exterior o razonamiento extra-lingüístico sino que se enraíza en el léxico mismo y es independiente de cualquier otra función del lenguaje (Carel, 1994: 66).[1] De este modo, las funciones descriptiva y argumentativa pasan a ser indistintas.

Concretamente, la noción de bloque semántico implica que al interior de cada adjetivo, en este caso, radica un encadenamiento argumentativo que incluye dos segmentos (X e Y), segmentos que no son semánticamente independientes, comprensibles cada uno por separado, sino que constituyen una “representación unitaria” de los principios, estereotipos o fórmulas que convocan, es decir, se trata de bloques lexicales que adquieren su fuerza persuasiva a partir de la explotación de un determinado lugar común (69-70). A esta dimensión se la denomina “Argumentación interna” (AI) y consiste en una especie de paráfrasis o reformulación que explicita la misma entidad lingüística.

Como afirma OswaldDucrot, estableciendola diferencia entre lo que sería una interdependencia de tipo lógico-veritativa entre los enunciados (que implicaría la subordinación de la verdad de la conclusión a la verdad de las premisas) y esta interdependencia semántica, cada uno de los segmentos del bloque forma parte del contexto del otro, es decir, cada uno ejerce su influencia en la significación del otro  (Ducrot, 1998: 4).

Los encadenamientos argumentativos, ya sea en su forma normativa o transgresora, desarrollan “las formas de representación cristalizadas en las palabras [...], comunican al discurso la clase de evidencia que las palabras contienen en ellas”, es decir, proporcionan al discurso “una especie de legitimidad” –capaz de persuadir e incluso de convencer–, la cual proviene de la transformación de las palabras en una “apariencia racional” que funciona como cuasi-demostración de la conclusión a la que apuntan (Carel, 1994: 80).

Para los adjetivos analizados, propongo que su AI consiste en el encadenamiento de dos segmentos de discurso unidos por un conector de valor transgresor o exceptivo (sin embargo) de acuerdo con el exceso, el desborde o la demasía de una determinada cualidad que señalan.

Las características de sobresaliencia, grandeza y excesividad se basan en la existencia de un alto grado de dificultad que, sin embargo, los desempeños virtuosísticos que se describen y califican son capaces de superar.

El aspecto más notable de este marco teórico es que permite dar cuenta, además, de las continuidades argumentativas que una determinada unidad lingüística posibilita, basadas, por supuesto, en su argumentación interna, continuidades que pueden darse también a través de un por lo tanto o de un sin embargo, y en las cuales el término o enunciado en cuestión aparece explícitamente involucrado como antecedente o consecuente. Esto es lo que Carel y Ducrot denominan “Argumentación externa” (AE). Para los casos analizados, propongo que la argumentación externa se basa en un encadenamiento de tipo normativo, que apunta al grado de reconocimiento, estimación o admiración que “debe” o “debiera” recibir quien sea calificado a través de alguno de estos términos.

Algunas de las ocurrencias particulares de cada uno de los términos a analizar son las siguientes:

·  Excelente: excelente calidad vocal e interpretativa, excelente labor de concertación musical, excelentes profesionales, excelente actuación, excelente pianista, etc.

·       Brillante: brillante percusionista, brillante labor, interpretaciones brillantes, etc.

·      Notable: batuta notable, notable violoncelista,notables actuaciones, actores notables, sensibilidad y pericia muy notables, etc.

·   Excepcional: las cuerdas (excepcionales por su sedosa sonoridad), excepcional versión,registro excepcional en el aria, excepcional fusión de elementos vocales y escenográficos, etc.

·  Formidable: formidable técnica vocal, formidable trío, formidable compositor, formidable escenografía, etc.

·   Extraordinario/a: extraordinario ajuste,extraordinaria valía, extraordinaria riqueza expresiva, fluidez y efectividad extraordinarias, extraordinaria afinidad, extraordinaria seguridad, etc.

 

Análisis

Describir semánticamente los adjetivos mencionados implica tratar de, como afirma Ducrot, indicar los aspectos que constituyen de manera estructural sus argumentaciones interna (AI) y externa (AE) (Ducrot, 2000: 26). Hablar de una dimensión estructural significa, reitero, que el aspecto señalado, tanto a nivel interno como externo, pertenece a la significación lingüística de la entidad, es decir, que aparece en todos los empleos que de ella se hagan (25).

La dimensión argumentativa de estos términos consiste, a nivel de su AI, en el encadenamiento de dos segmentos de discurso unidos por un conector de valor transgresor o exceptivo (sin embargo: SE), mientras que a nivel de su AE el conector en cuestión es de valor normativo (por lo tanto: PLT). La estructura transgresiva o exceptiva a nivel de AI demuestra, por lo demás, un alto grado de consistencia lógica entre las dimensiones argumentativa y semántica de las palabras que se estudian, vinculadas en todos los casos con el exceso, el desborde o la demasía de una determinada cualidad.

Argumentación Interna (AI)

Partiendo de los significados lingüísticamente aceptados de los términos en cuestión, esto es, de aquél que figura en el diccionario[2], se advierte que las características de sobresaliencia, grandeza y excesividad se basan o relacionan con un alto grado de dificultad que, sin embargo, los desempeños virtuosísticos que se describen y califican son capaces de superar.

Así, la descripción semántica propuesta a nivel de la argumentación interna de esta serie de términos es de tipo transgresor o exceptivo:

excelente/brillante/notable/extraordinario/excepcional/formidable

AI: Existe una dificultad muy grande, sin embargo, es superada con holgura

            Muy difícil                             SE                   Supera con holgura


Argumentación Externa (AE)

La argumentación externa, en cambio, se basa en un encadenamiento de tipo normativo, que apunta al grado de reconocimiento, estimación, admiración o atención que debe recibir quien sea calificado a través de alguno de estos términos. Es posible observar, así, que la aplicación de cualquiera de estos adjetivos determina una clara continuidad en la praxis extralingüística, vinculada con aquello que merece aquél que sobresale en un determinado hacer o cuyo hacer es sobresaliente –para los casos de funcionamiento predicativo que modifican a partir del verbo ser–. Se observa entonces de qué manera el uso de estos términos restringe, por definición, el campo de la referencia del discurso crítico a los sujetos de la performance en detrimento de, entre otras cosas, las obras que se ejecutan.

AE: excelente/ brillante/ notable/ extraordinario/ excepcional/

formidable, por lo tanto, digno de estimación/ atención/ admiración

[adjetivo]        PLT     [reconocimiento]

La confirmación de las descripciones semánticas propuestas depende de un criterio de validación basado en una serie de hipótesis formuladas por Ducrot. El procedimiento consiste, concretamente, en confrontar la argumentación interna (AI) de la palabra elegida con las hipótesis generales propuestas, con la intención de evaluar su compatibilidad, pero se trata de un procedimiento complejo que excede la intención del presente trabajo, aunque fue desarrollado en la Tesis de la que provienen los casos analizados.

Para concluir, retomando el principio general que gobierna tanto a la Teoría de la Argumentación en la Lengua como a la Teoría de los Bloques Semánticos, es posible afirmar que la significación de los términos analizados, entendida como los encadenamientos discursivos que determinan o hacia los cuales se orientan, apunta –en primer lugar– a reforzar el sentido de la ejecución musical como una permanente superación de dificultades que sólo algunos individuos muy dotados pueden salvar. Estos individuos son propuestos, en consecuencia, como objetos de una admiración y un reconocimiento literalmente superlativos.

Por otra parte, tal significación, basada en el presupuesto de la dificultad, puede ser leída, además, como la significación prototípica a la hora de la construcción de la mayor parte de los objetos que integran el universo de referencia de la música llamada académica, culta o de tradición escrita, un universo en el que las competencias cognoscitivas y apreciativas requeridas tanto en instancias de producción como de recepción funcionan como el elemento de distinción que permite quiénes pertenecen o pueden llegar a pertenecer al campo en cuestión y quiénes no.

Para decirlo de otro modo, el sentido común que la semántica de los términos analizados a la vez refuerza y explota pragmáticamente –como instancia de diferenciación y, por ende, de exclusión–, está basado en el otorgamiento de reconocimiento sólo a quienes puedan ofrecer un rendimiento o unas calidades de índole virtuosística, lo cual no hace sino reforzar el paradigma de la música académica basado en la dificultad. Este paradigma, entre otras cosas, es explotado en numerosas críticas –también de sentido común- dirigidas contra las músicas más radicales y vanguardistas producidas durante el siglo XX, músicas a las que se suele descalificar en función de, entre otras cosas, su desinterés por la mera dificultad técnica.


Bibliografía citada

Beltramino, F. (2005) : “La crítica musical en la prensa diaria: estrategias discursivas de construcción y conservación de una escucha tradicionalista”, Tesis de Maestría en Análisis del Discurso, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Publicada en Saarbrücken: Editorial Académica Española/LAP LAMBERT, ISBN: 978-3-8443-4835-4, 2011

Carel, M. (1994): “L’argumentation dans le discours: argumenter n’est pas justifier”, Langage et Societé, n°70, París, pp.61-81

Di Tullio, A. (1998): “Construcciones ponderativas en el español coloquial de la Argentina” (mimeo)

Ducrot, O. (1998): “Argumentation et inférence”, Pragmatics in 1998: Selected Papers of the 6th International Pragmatics Conference; ed. J. Verschueren, Vol. 2, Anvers, pp.117-129 [se cita según paginación de una versión mimeográfica]

------------ (2000): “La elección de las descripciones en semántica argumentativa léxica”, Discurso y Sociedad, Vol. 2, n°4, dic., Barcelona: Gedisa, pp.23-45

García Negroni, M.M. (2000):"Acerca de los fenómenos de relectura y reinterpretación en el discurso" en Discurso y Sociedad, Barcelona: Gedisa, vol.2 (4), pp. 89-108

Toulmin, S. E. (1958): The uses of Argument, Cambridge: UniversityPress [traducción castellana: Los usos de la argumentación, Madrid: Marcial Pons, 2019]



[1] De los textos en francés, la traducción es propia.

[2] En todos los casos las definiciones corresponden al Diccionario Enciclopédico Espasa1, Madrid: Espasa Calpe, 11ºedición, octubre 1994