lunes, 6 de octubre de 2008

PETER BÜRGER. CRÍTICA DE LA ESTÉTICA IDEALISTA

Bürger, Peter [1983]: Crítica de la estética idealista, Visor, Madrid (1996)
Fabián Beltramino

[Reseña publicada en la revista virtual Otro campo. Estudios sobre cine, nº4, 2000]

El interés de Bürger por la estética idealista pasa por someter a debate ciertas normas vinculadas a ella, en su mayoría implícitas, que regulan la institución arte y que aún hoy determinan la producción y recepción de las obras. Su objetivo es efectuar un replanteo, una resemantización del concepto institucionalizado de arte. Valora por eso la crítica de la estética idealista en dos sentidos: en primer lugar, porque permite pensar la intención vanguardista de reconducción del arte a la praxis vital como un proyecto que no sea la mera repetición de las vanguardias; en segundo término, porque permite pensar lo estético no como siendo el centro organizador de una praxis de la vida liberadora y liberada -dado que lo que se contrapone abstractamente a la alienación sólo puede reproducirla-, ni tampoco como institución autónoma. Para Bürger, ni la idea vanguardista de una realidad diaria transformada ni la idea adorniana de la trascendencia del arte logran modificar por sí solas el concepto institucionalizado de arte en términos de la estética idealista que subyace a ambas. Es decir, reconoce la vigencia de la estética idealista: de sus figuras mentales (la idea de obra como coincidencia de forma y contenido, por ejemplo), y de su poder (que le permite continuar siendo el núcleo normativo de la institución arte, una de cuyas pruebas fehacientes es la presencia de las "anti-obras" de vanguardia en los museos).

La crítica de Bürger puede resumirse en dos puntos principales. Primero, en tanto la estética idealista asume la entidad de nueva mitología, de teoría de un mundo divino ausente en el que se realiza la reconciliación de los opuestos (sujeto-objeto, naturaleza-historia, individuo-sociedad, etc.), entidad que, sin embargo, ella misma se encarga de neutralizar al renunciar a la idea de validez obligatoria universal, concibiendo al individuo aislado como único y legítimo portador de la experiencia estética. Segundo, en tanto la estética idealista concibe la institución arte como una más junto a otras, como una esfera autónoma cuya función consiste en satisfacer la nostalgia de unidad que afecta al moderno individuo burgués; autonomía que implica, por un lado, la reconciliación hombre-naturaleza sin consecuencias inmediatas para la praxis diaria de los individuos, y por otro, una crítica de la desdiferenciación entre arte y praxis vital propuesta por las vanguardias. Es precisamente en relación con este aspecto que se dan las principales diferencias entre el pensamiento de Bürger y el de Adorno: la insistencia en la autonomía del arte por parte de este último significa para aquél una restitución de categorías idealistas opuestas al impulso vanguardista.

Es clara la valoración positiva que Bürger efectúa de la experiencia vanguardista. Sea porque las vanguardias conmocionaron los fundamentos legitimadores de la estética idealista en tanto fenómeno artístico imposible de ser comprendido dentro de su marco, sea porque en tanto cuestionamiento radical de su status autónomo las vanguardias plantearon una nueva relación con el arte, o también porque determinaron la inviabilidad de la tesis adorniana de progreso artístico basado en el estado del material al volver imposible privilegiar alguno de los materiales por sobre el resto, lo concreto es que Bürger no ve en ellas sólo la pretensión de reducir el arte a la praxis cotidiana sino la posibilidad de un replanteo de las categorías de la estética idealista. Para él se impone una ruptura reflexiva de la autonomía artística, no inmediata a la manera romántica o surrealista; se hace necesaria una crítica de las categorías centrales de la estética idealista, las cuales, a pesar de su visión distorsionada, pueden decir algo valedero acerca de su objeto, el arte. Se trata, entonces, de la transformación de dichas categorías por la crítica, de su dialectización, no de su destrucción. Bürger entiende que ni la posición vanguardista ni la de la estética autónoma pueden ser, individualmente, el fundamento de una estética actual.

La crítica de Bürger comienza por la idea de obra, afirmando que es necesario pensar la obra como relación articulada entre lo particular y lo universal, no como unidad inmediata ni lugar de revelación del absoluto, tampoco como un esquema vacío de experiencias individuales de recepción. La obra de arte es un producto humano con el que tenemos una determinada relación, caracterizada por el hecho de que su aspecto sensible remite a una significación, es decir que se trata de una estructura de tipo relacional, no absoluto. Bürger señala, sin embargo, un momento potencial de verdad en el concepto de obra de la estética idealista, que radica en la posibilidad de pensar forma y contenido como instancias separadas y opuestas.

En segundo término se ocupa del concepto de verdad. Para Bürger es necesario renunciar al concepto hegeliano de verdad basado en la identificación de sujeto y objeto, en la reconciliación de las contradicciones reales mediante el pensamiento, sin que ello signifique renunciar a cualquier concepto de verdad en estética, el cual debería estar basado en la contradicción entre sujeto y objeto, es decir, debería tratarse de un concepto de verdad en tanto acto de conocimiento de las contradicciones, legitimador de la ruptura como categoría estética central. Entonces, la fijación del concepto de verdad es válida siempre y cuando refleje la riqueza de determinaciones a las que está sujeto. Esto significa que el concepto más concreto sería aquél que brindara la imagen más contradictoria. Bürger señala, además, que el contenido de verdad de una obra no es independiente de los que se ocupan de la obra; se trata más bien de una certeza explicable en procesos de discusión, sometida al desarrollo histórico, cambiante a lo largo de la historia.

En tercer lugar, Bürger efectúa una crítica de la interpretación, en un intento de encontrar lo que en dicha práctica no es derivable racionalmente de sus presupuestos, a saber: primero, que la obra es una configuración cuyos límites pueden ser determinados con relativa facilidad ya que se distingue de otras formaciones en que la forma no es exterior al contenido; segundo, que la obra tiene un determinado valor estético radicado en su singularidad, remitida en última instancia a la actividad del genio, a lo extraordinario del productor, lo que ubica al intérprete en la posición de coautor genial, capaz de detectar y explicitar dicho valor.

Es precisamente la noción de genio la que examina en cuarto lugar. Para Bürger es necesario concebir la producción estética como un tipo de trabajo social, no como resultado de la actividad del genio. Sin embargo, reconoce en la doctrina del genio un momento de verdad en tanto permite concebir la producción artística como mediada por el trabajo en un sentido doble: trabajo con el material como algo dado, por un lado, y trabajo con el bloqueo de la espontaneidad ocasionado por el proceso de socialización, por otro. Implica, por lo tanto, la actividad de un sujeto y una resistencia a vencer en un proceso de autorrealización del individuo -diferente de la concepción burguesa de trabajo alienado-, que deriva en un producto capaz de funcionar como objetivación de dicho individuo. En la producción artística así concebida, la intervención subjetiva permanece siempre referida a la especificidad del material, depende de la peculiaridad de los materiales, lo que conlleva el riesgo de fracaso del producto. Tal idea aparece como totalmente opuesta a la de dominación de la naturaleza por parte del sujeto ya que, en lo que tiene que ver con el material, no se trata de un producto natural sino surgido como resultado de un trabajo colectivo, lo mismo que la subjetividad -categoría social, surgida de la mediación con otros-. Lo que Bürger objeta a la estética del genio no es simplemente su pretensión de realizar "la naturaleza" en la sociedad real como crítica a la modernización mediante la revalorización de "lo bárbaro", lo opuesto a la civilización sometida a los principios racionales, sino el hecho de que tal crítica quede limitada, circunscripta a la figura de un sujeto excepcional, al sujeto de dicha experiencia "natural", el genio.

Por último, en quinto lugar, Bürger se ocupa de la recepción, afirmando que es necesario concebirla como actividad mediada socialmente, no limitada a la interioridad subjetiva en tanto simple contemplación. Así como la producción de la obra no consiste en el acto de un individuo aislado, la recepción, como toda apropiación, presupone lo material y lo ideal elaborado en el curso de la historia; se trata de un acto social: depende de un trabajo colectivo.

1 comentario:

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